Santiago Fernández Mosquera "Los autores ficticios del Quijote"

Los autores ficticios1 del Quijote no han sido tan estudiados como otros aspectos de la obra cervantina. Al menos tratados en conjunto y obedeciendo a un mismo esquema narrativo y autorial. Ése es nuestro propósito. Pero es difícil explicar el desarrollo del recurso congruentemente. Existen algunas incoherencias dentro de la propia novela que impiden la articulación perfecta de tan complicado engranaje. Aquí atenderemos exclusivamente a los autores de la obra tomada unitariamente, sin examinar aquellos de las narraciones intercaladas que aún enriquecen y complican más el recurso. Como éste tiene un sin fin de implicaciones teóricas y multitud de reflejos en la obra, hemos preferido centrar un necesariamente breve seguimiento bibliográfico en un punto concreto: los cambios de autor entre el final del capítulo 8 y principio del 9 en la primera parte del Quijote. Ése es el punto de máxima concentración de distintas voces y uno de los más conflictivos. El distinto cuidado que los críticos hayan puesto en él será índice de su interés por la estructura autorial de la obra.

Del siglo xix destacamos al clásico anotador Diego Clemencín. Hace hincapié en el descuido cervantino de varios autores en los primeros capítulos y la posterior aparición de Benengeli. Y supone a Cide Hamete autor de los ocho primeros capítulos.2 Recoge el difundido tópico decimonónico de Cervantes «ingenio lego». En contra de lo dicho por Clemencín, Juan Calderón, en 1854, aclara un punto crucial en nuestro estudio:

El autor que aquí deja pendiente la relación del suceso de Puerto Lápice no aparece más que como autor de la historia de una de las aventuras […] Cervantes lo tomó todo de la obra de Cide Hamete exceptuando los primeros sucesos.3

Pero su aclaración no logró el éxito entre sus contemporáneos y sólo bastante más tarde su «vindicación cervantina» tuvo eco dentro de la crítica. Algo lo demuestran las notas de Schevill y Bonilla y su referencia a Rufo Mendizábal.4 Sin embargo, el asunto queda como fue planteado por Clemencín suponiendo a Cervantes «segundo autor» y a Cide Hamete autor de los ocho primeros capítulos. Poco más sobre esto ayudan la notación de Rodríguez Marín5 y el artículo sobre la etimología del nombre de Cide Hamete de Leopoldo Eguilaz.6

Y nos interesa avanzar casi cincuenta años buscando nuevos acercamientos a los autores del Quijote.7 En 1956 aparecen dos artículos importantes: uno de Alan S. Trueblood y otro de Geoffrey Stagg.8 El primero distingue ya tres intervenciones directas en el Quijote, es decir, autor fingido, traductor y Cervantes. El de G. Stagg intenta dar unas fuentes concretas del nombre del autor moro.

Las obras de carácter general se ocupan ya del recurso. Prueba de ello es la Teoría de la novela en Cervantes de E. Riley aparecida en 1962.9 De su capítulo «El recurso a los autores ficticios» podemos aprovechar bastantes de sus ideas generales. Aunque no especifica cuántos ni quiénes son los autores, sí reconoce su papel (por lo menos el de traductor y de Benengeli) como intermediarios entre Cervantes y el lector.

De 1964 es un artículo capital de George Haley, The Narrator in Don Quixote: Maese Pedro’s Puppet Show.10 Haley pretende explicar la trabazón de las relaciones entre narrador-historia-lector a la luz del episodio del retablo de Maese Pedro. Después de identificar las distintas intervenciones de los diferentes autores («yo anónimo» de los primeros capítulos, «segundo autor», traductor, Cide Hamete), el cervantista americano pone justamente el acento en lo que puede ser la clave de esta estructura narrativa:

Queda un intermediario: el agente pasado por alto por aquellos que quieren identificar al segundo autor con Cervantes. El nebuloso personaje que cobra cuerpo al fin del capítulo VIII, para hilvanar el fragmento del primer autor con la aportación del segundo, y que reaparece en el capítulo final de la primera parte para hacer las últimas observaciones. Es el intermediario más distanciado de las aventuras de don Quijote y, al mismo tiempo, el más íntimo, tanto para el libro como para el lector.11

Puede que este agente que quedaba completamente olvidado por los trabajos hasta ahora vistos (bien aquellos que lo identifican con Cervantes o los que, identificando Cervantes-«segundo autor», lo olvidan) sea pieza fundamental en la ordenación de los distintos autores de la obra.

Dividido claramente en dos partes, el artículo de S. Bencheneb y C. Marcilly Qui était Cide Hamete Benengeli?12 arroja luz, de un lado, sobre la funcionalidad del recurso del autor ficticio (Cide Hamete) y su comportamiento en la novela. De otro, en unas páginas escrupulosamente eruditas, intenta aclarar etimológicamente el nombre del autor moro.

De 196813 es el primer artículo de Ruth El Saffar sobre la estructura narrativa del Quijote The function of the fictional narrator in Don Quixote.14 Esta hispanista americana individualiza a los autores del Quijote en traductor, segundo autor, Cide Hamete y un autor final (el «último intermediario» de Haley). El control y la distancia sobre lo narrado que requiere el recurso del autor ficticio lo desempeñan, con Cide Hamete, el traductor y al segundo autor. Pero ¿quién dirige a éstos?, «en último término ellos también deben tener un autor a través del cual sean presentados en tercera persona».15 He ahí la razón justificativa de la aparición de este último autor. Sin embargo a El Saffar se le escapa el autor de los ocho primeros capítulos. ¿Han sido redactados por este «autor definitivo» o pertenecen a Cide Hamete en unos cartapacios no hallados?

La década de los setenta16 y lo que llevamos de los años ochenta ofrece numerosos trabajos y distintas aproximaciones a los autores y narradores del Quijote.

E. Félix Rubens publica en 1972 un artículo de obligada referencia, Cide Hamete Benengeli, autor del Quijote.17 Rubens identifica cinco autores diferentes en la obra: Cide Hamete, el traductor, el narrador, el autor creador de todo y los cronistas de los capítulos primeros. Aunque inicialmente estemos de acuerdo, convendría distinguir claramente a ese «narrador» del «autor creador de todo». No basta con decir que el narrador «es el portavoz de la gente anónima». Para E. Félix Rubens el más importante de estos autores es Cide Hamete y señala, además, que sin el juego de autores la novela habría perdido la riqueza de un plano crítico-reflexivo, ya que el Quijote «no es sólo la historia de don Quijote y Sancho; es también la historia de la novela, que incluye el relato de y sobre los diferentes autores, dentro del Quijote mismo».18

Decíamos líneas arriba que era ya constante la referencia a los autores del Quijote en las obras de carácter general. Prueba de ello es el trabajo de Helena Percas, Cervantes y su concepto del arte.19 Especialmente interesantes son sus palabras al respecto de la diferenciación e individualización de los distintos autores. Helena Percas afirma que, una vez reanudada la historia en el capítulo 9, Cervantes convierte

al autor del ya empezado relato en un personaje bajo tres figuras: el moro Cide Hamete Benengeli, primer autor que escribe en arábigo, su traductor al castellano, el morisco aljamiado […] y el narrador que teníamos antes y que desde ahora asume la responsabilidad de editar la traducción…20

Es decir que el autor de los ocho primeros capítulos es el que aparece como «segundo autor» en la novela, lo que ella llama editor. ¿De quién es, pues, el párrafo final del capítulo 8 y probablemente el final de la primera parte? ¿Del narrador? Pero si el narrador según afirma se convierte en «segundo autor» (editor) y es el mismo autor de los primeros capítulos, ¿quién es ahora el narrador? ¿Cuántos son sus desdoblamientos? Por esa dificultad, la autora tiene que atribuir a Cervantes la identificación con un cuarto autor que puede resultar el «responsable final» del que hablábamos no hace tanto.

También del año 1975 es una nueva obra de Ruth El Saffar, Distance and control in Don Quixote.21 La cervantista hace ver que la relación entre narrador y personajes cambia radicalmente en los capítulos 8 y 9 cuando se interrumpe la aventura del vizcaíno. Cuando sólo se esperaba un autor surgen dos: el primero, autor de las hazañas del héroe; el segundo, protagonista en la búsqueda de éstas; y un tercero que hace posible la continuación del relato.22 Muy hábilmente Cervantes ha logrado salvar las dificultades técnicas inherentes a toda narración confesándolas y haciendo con ellas un discurso novelesco paralelo. De esta forma, el planteamiento de Ruth El Saffar nos parece muy exacto: de una parte están el primer autor, un segundo, y un unnamed, controlling author, y de otra Cide Hamete y su traductor.

Aunque publicado recientemente (1984), el trabajo The Narrator in Don Quixote: A Discarded Voice de George Haley fue leído como conferencia por primera vez en 1978.23 El artículo de Haley se centra en la figura del narrador de los ocho primeros capítulos y en la repercusión que tiene en él la aparición del autor editor (para El Saffar, unnamed, controlling, «el último responsable»).24

Reseñaremos finalmente el trabajo de R. M. Flores. De sus interesantes y difíciles palabras podemos entresacar un párrafo en el que el autor resume su propuesta acerca de los narradores del Quijote:

It is evident, therefore, that the text of Don Quixote is quite clear and consistent in respect of the fictional identity of the narrators […] the «primer autor» is Cide Hamete […]; the «autor» in Part I is the anonymous translator-cum-recaster of the first section of Cide Hamete’s manuscript (Chapters 1 to 8); the «morisco aljamiado» […]; and the «segundo autor» (Part I) and «autor» […] is Cervantes him-self.25

No creemos que el texto del Quijote sea del todo claro y consistente por lo que respecta a la identidad de los narradores. Tampoco creemos que los capítulos 1 a 8 de la primera parte sean The First Section of Cide Hamete’s Manuscript. Y tampoco consideramos correcto identificar a Cervantes con el segundo autor o con ningún otro que aparezca explícitamente en la obra. Además nuestro crítico se olvida del más importante: la voz del último párrafo del capítulo 8.

Hemos apretado en breves páginas un panorama bibliográfico necesariamente breve (del xix a los últimos años ochenta)26 relacionado con los autores ficticios del Quijote. Lo hemos hecho a través de un punto especialmente concreto: el enlace entre el capítulo 8 y 9 de la primera parte. Las respuestas son variadas pero pueden ser resumidas generalmente en dos posturas: aquellos que creen que los autores son tres, Cide Hamete, el traductor y el segundo autor (que identifican frecuentemente con Cervantes); y los que piensan que son cuatro o cinco: el autor de los ocho primeros capítulos (la voz final del capítulo 8), el segundo autor, Cide Hamete y el traductor de su manuscrito. Nosotros intentaremos demostrar que la segunda consideración de cinco autores es la más correcta.

Quién es autor en el Quijote

Estamos hablando de los autores —ficticios— del Quijote. No estará de más conocer a quién se le llama autor en la obra y comprobar alguna que otra interferencia. El título autor tampoco es claro en la novela misma y se aplica en muchas ocasiones modificado por algún adjetivo: «fidedigno autor», «primer autor», «segundo autor»… Pero ¿quién está detrás de esas denominaciones?

Claro es que las apelaciones al autor se hacen también en las narraciones intercaladas de las que aquí no nos ocuparemos. Al tomar la obra globalmente y por su importancia cuantitativa del número de referencias, el autor de la historia de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es Cide Hamete Benengeli. Expresiones meridianamente claras como la siguiente abundan en la obra:

y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia

(II, 70, 563)27

En otras el sustantivo está modificado por el adjetivo primero: «si no fuese Cide Hamete su primer autor» (II, 59, 489), y más, todas ellas en la segunda parte.28 Hamete es el primer autor de la novela; primero en el sentido de ‘inicial’ y primero también en el sentido de ‘principal’.

Pero existen otras referencias al autor moro en las que no figura ninguna otra aclaración. El contexto ayuda a interpretarlas, por ejemplo: «que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia» (II, 2, 57) y muchas más.29 Sin embargo existen otras referencias al autor de la historia que no son tan claras como las anteriores. Especialmente conflictivos son el final de la primera parte y los capítulos 3 y 4 de la segunda.

En (II, 3, 61) exclama Sansón Carrasco:

Con todo eso —respondió el bachiller— algunos que han leído la historia que se holgaren se les hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos…

Parece que, en principio, Sansón Carrasco se refiere a un autor moro y a uno cristiano (II, 3, 605) pero éste no es el morisco traductor (que aparece como tal) sino el otro cristiano —más cristiano, para entendernos—, el segundo autor que manda traducir (primera aparición I, 8, 137) la historia. Esa referencia ambigua del bachiller viene confirmada por la alusión al autor que imprime la obra (II, 4, 68). Verosímilmente no puede ser otro que el segundo autor, no Cide Hamete, no el traductor. El caballero de la Blanca Luna vuelve a este segundo autor cuando se refiere al «curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir» (II, 3, 59). Para Sansón Carrasco existen dos autores: Cide Hamete y el segundo autor sin darle apenas importancia al tercer intermediario, el traductor.

El asunto se complica conforme avanza el capítulo 4 de la segunda parte. Expresiones como «¿Promete el autor segunda parte?», «Y ¿a qué se atiene el autor?» (II, 4, 68) están en clara relación con:

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas.

(I, 52, 604)

Y los que se pudieron leer y sacar en limpio fueron los que aquí pone el fidedigno autor desta nueva y jamás vista historia. El cual autor no pide a los que la leyeren…

(I, 52, 604)

Podría pensarse que en estos dos grupos de citas se hace alusión a Cide Hamete porque el moro también buscó e indagó en los Anales de la Mancha y se le supone cuidado en la búsqueda del material de la historia. Sin embargo, parece más verosímil atribuir al personaje de I, 9 todo este cuidado en la continuación de la historia, como ya lo había hecho en la primera parte. Se justificaría así la aparición del adjetivo fidedigno frente a primer, es decir, no Cide Hamete sino otro más real y creíble. Éste, ya en la segunda parte en boca del bachiller, se ocupará de imprimir esta segunda parte (II, 4, 68-69). Resultaría así que el autor que promete la segunda parte en (I, 52) es el que busca la continuación en (II, 4, 68-69) y es «el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir». Tanto en (I, 8) como en (I, 52) el autor que aparece como tal es el segundo autor que es presentado por otro distinto y superior a él como se explicará más adelante. Recordemos las propuestas de Haley y El Saffar.

Para complicar más estas referencias, Sancho interviene en el mismo (II, 4, 69) y se equivoca:

—¿Al dinero y al interés mira el autor?

—Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace; que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no sólo segunda parte, sino ciento.

¿Se equivoca? Está claro que se refiere a Cide Hamete. Pero ¿podría enriquecerse el moro con su obra en arábigo y sin publicar? ¿Estaba vivo Cide Hamete? La incongruencia estriba en que el lector sabe que el primer autor es el árabe, pero no el que tradujo ni dio a conocer. Sancho confunde (y nos confunde) al autor moro con el segundo autor cristiano, algo latente en bastantes partes de la obra, especialmente en los capítulos 3 y 4 de la segunda parte y el final de la primera. Hay todavía muchas más apariciones ambiguas que casi siempre la intuición del lector identifica con Cide Hamete pero que rigurosamente no tendría por qué (II, 3, 63), (II, 3, 64), (II, 27, 250).

En los primeros capítulos (1-8) de la primera parte aparecen distintos autores que son, sin mediar explicación, reducidos a uno en (I, 8, 137), «que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben» (I, 1, 77 y I, 2, 81-82). Uno solo, aunque varios en principio (la novela tiene un comienzo vacilante) distinto al segundo autor: es el autor de los ocho primeros capítulos. No puede ser cabalmente Cide Hamete como luego explicaremos. Después de la intervención de este autor, aparece el segundo autor, el encargado de editar y hacer traducir las hazañas de don Quijote y el único verosímilmente capaz de hacer imprimir la historia. Le llamaremos editor. Al morisco aljamiado que traduce la obra y que aparece también en ella como autor, le llamaremos traductor. Dejaremos para su autor moro el nombre que recibe, Cide Hamete Benengeli. Y nos queda una intervención más. Aquel que nos presenta al editor tanto en (I, 8) como en (I, 52). El que une las piezas de la obra de los distintos autores, el responsable único y el último intermediario. Le llamaremos autor definitivo. Es dudoso, no obstante, que sea la misma voz la que aparece en (I, 8) presentando al editor que en (I, 52). Puede que el autor del final de la primera parte sea el editor. Lo más prudente es ponerlo en duda. El esquema resultaría casi perfecto si fuese el autor definitivo el que actuase también en (I, 52). Resumiendo: los autores ficticios del Quijote según nuestra propuesta son cinco: el autor de los ocho primeros capítulos, el editor, el traductor, Cide Hamete Benengeli y el autor definitivo.

El autor de los ocho primeros capítulos

Para entender la presencia de este autor es imprescindible aceptar estrictamente el recurso del manuscrito encontrado y del autor ficticio de (I, 9). Así podemos asegurar que Cide Hamete no aparece hasta ese capítulo de la primera parte. Todo lo demás son elucubraciones más o menos válidas. Ésa es la máxima razón que demuestra que Benengeli no puede ser el autor de los ocho primeros capítulos porque, estricta y novelísticamente, aún no había nacido.

Sin embargo la presencia de un historiador está latente en estos primeros capítulos, y hasta el propio protagonista lo interpela directamente (I, 2, 81). Pero es una posibilidad, un tópico de las novelas de caballerías que aún no fue personalizado y que probablemente Cervantes no había previsto en sus particularidades. A este sabio encantador todavía no perfilado se le atribuyen cualidades que Cide Hamete no poseerá, como la curativa (I, 3, 89). La aparición de otro sabio, Frestón, confirma la voluntariedad de la presencia de este tipo de personaje. Pero en él, de sus tres características principales sabio-historiador-encantador, predomina la última. Cide Hamete, si bien poseedor de estas facultades, no intervendrá directa y mágicamente en la acción novelesca de don Quijote. O al menos actuará más sobre la narración que sobre la historia. Por este camino intervencionista iban los hechos del sabio Frestón (I, 7, 124 y I, 8, 130). Y un autor moro y respetuoso como Hamete (recordemos II, 8, 92 y II, 48, 399) difícilmente podría ironizar sobre Mahoma: «historia sabida de los niños, […] no más verdadera que los milagros de Mahoma» (I, 5, 103).

Pero también es cierto que comparte este autor rasgos parecidos al moro. Su omnisciencia es dudosa (I, 1, 71), (I, 1, 77), (I, 2, 81-82) y es asimismo un autor limitado expresivamente (como será Benengeli, por ejemplo, en II, 17, 163): «le dijo cosas tan estrañas, […] que no es posible acertar a referirlas» (I, 3, 94).

A pesar de lo dicho, nada demuestra que se trate de otro autor distinto a Cide Hamete, idea que sí quiere confirmar otro autor de la novela:

Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar…

(II, 74, 591)

Puede que sea ésa la intención última de Cervantes, como afirma Colbert I. Nepaulsingh,30 pero no la primera que quedó escrita en los capítulos iniciales, y, si respetamos el artificio literario tal como está en la novela (no como Cervantes desearía finalmente), Cide Hamete no aparece hasta (I, 9). También lo creen así Ruth El Saffar31 y George Haley32 si bien una gran mayoría lo sigue confundiendo con el propio Cervantes.33

Definitivamente, el autor de los ocho primeros capítulos no es ni Cervantes, ni, estrictamente, Cide Hamete aunque comparta algunas características con él. Se trata de un autor del que desconocemos casi todos los datos, no da referencias propias y se esconde en ocasiones en la 3.ª persona, como afirma Haley.34

El editor

Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido […] y así, con esta imaginación, no desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

(I, 8, 137-38)

Es la primera aparición del segundo autor. En el comienzo del capítulo siguiente, la historia se narra en una ostentosa primera persona perteneciente a este segundo autor. Él es el protagonista de los hechos que narra y se convierte en un personaje más de la obra.35 Como tal desempeña una función dentro de la historia del relato. Y ¿cuál es? La de editor. Editor porque se empeña en buscar lo que supone que falta, editor porque lo encuentra, manda traducir la historia y además paga por ello. Y probablemente es, también, el cristiano que se ocupó de mandarla imprimir. Por ello llamamos (coincidiendo con H. Percas) al segundo autor, editor. Un editor que comparte características con su otro nombre, segundo autor, porque no es un editor convencional sino que deja su propia impronta en la obra. En (I, 9, 141-142) el editor reclama alabanzas por su labor, acentuando más su calidad de personaje responsable de la obra. El editor no sólo ayuda a completar la historia, a darla a conocer, sino que actúa sobre su texto —y parece ser, en este capítulo, consciente de ello—.

Dentro del juego de personajes de los autores ficticios de la obra, el editor forma pareja cristiana junto a don Quijote, frente a la pareja musulmana, Cide Hamete y el traductor. Un detalle de complicidad entre el caballero y el editor es su desconfianza por la raza del autor moro. Don Quijote desconfía de Cide Hamete (II, 3, 59) y el editor lo hace especialmente en (I, 9, 144-145). Característica común de los cristianos es el gusto por la literatura (I, 9, 141).

Otra forma de conocer al editor es mediante sus intervenciones. Y son claramente suyas aquellas en las que introduce a Cide Hamete Benengeli. Pensemos que una función primordialísima del editor dentro del discurso es la introducción y la conclusión de muchos capítulos. De este tipo de intervenciones son ejemplo «Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli...» (I, 15, 190), que es la primera, y muchas más reseñadas páginas arriba. Y también aquellas en que, como hemos visto, no aparece el nombre del moro pero se alude claramente a él. Generalmente después de introducir a Benengeli o al traductor, el editor enlaza la historia con la frase «Y así, prosiguió diciendo» (II, 5, 73), (II 8, 92), (II, 10, 104) y (II, 24, 224). Pero lo puede hacer sin mediar introducción alguna comenzando el relato haciendo referencia a la historia previa escrita por Hamete: «Cuenta la historia que cuando…» (II, 17, 157).36

Amén de estas intervenciones neutras, el editor interviene de una forma más activa en el discurso del Quijote (además de I, 9) cuando aclara faltas de la historia y las comenta (II, 10, 107), (II, 18, 169) y (II, 60, 491) o, especialmente, cuando declara sus más íntimas convicciones personales sobre algún asunto relacionado con la historia (II, 12, 123), (II, 40, 338-39) y claramente en:

Pensar que en esta vida […] Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético; porque esto de entender la ligereza e inestabilidad de la vida presente, y de la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo ha entendido; pero aquí nuestro autor lo dice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como sombra y humo el gobierno de Sancho.

(II, 53, 143)

Pero existen intervenciones de dudosa atribución al editor o a Cide Hamete como (II, 14, 143) y aquellas en las que se apela al lector. Estas últimas se relacionan con aquellas en las que ya Cide Hamete ya el editor reparten la acción de la novela entre Sancho y don Quijote al separarse en estos episodios de la segunda parte. Creemos, sin embargo, que son intervenciones pertenecientes al editor. Veamos un ejemplo:

Deja, lector amable, ir en paz y en buena hora al buen Sancho, […] atiende a saber lo que le pasó a su amo […] Cuéntase, pues…

(II, 44, 368)

Se combinan aquí la apelación al lector y el reparto de las acciones. Podemos confirmar que este tipo de intervenciones pertenecen al editor no sólo porque sirvan de enlace o de presentación de capítulos sino porque hay una referencia a Cide Hamete clara en:

Pero dejemos con su cólera a Sancho […] y volvamos a don Quijote […] en uno de los cuales [días] sucedió lo que Cide Hamete promete de contar con la puntualidad y verdad que suele…

(II, 48, 395)

Se trata de una voz autorial distinta a Cide Hamete y que está por encima de él. Sólo puede tratarse razonablemente del editor o del autor definitivo extrañamente intervencionista. Las apelaciones al lector y el reparto de la acción pertenecen al editor, como en «donde le dejaremos por agora, porque así lo quiere Cide Hamete (II, 61, 508) y en otras muchas37 en las que el plural esconde al lector y al propio editor.

Otra labor fundamental del editor y más en consonancia con el nombre que le hemos dado es la de establecer el texto definitivo de la obra y contar las diferencias o las peripecias de la narración hasta llegar al capítulo definitivo leído por el receptor:

Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo […] pero no quiso dejar de traducirlo […] y así prosiguió diciendo.

(II, 5, 73)

¿Quién podría conocer las tribulaciones del traductor sino otro que lo tuvo en su casa, velando su trabajo, como el editor? Esta misma función la desempeña en (II, 10, 103-104), (II, 17, 164) y (II, 24, 223).

En fin, el editor es un personaje central en el esquema autorial del Quijote. Ordena, justifica, introduce, concluye, opina y lee la obra escrita originalmente por Cide Hamete y traducida. Es el que tiene mayores intervenciones directas al margen de la historia de don Quijote escrita por el autor moro. Es el que contacta directamente con el lector y parece estar más cerca de él. Sin embargo nosotros conocemos al editor porque nos es presentado. Alguien cautelosa y selectivamente está detrás de él.

El traductor

El traductor es una parte más del esquema de los autores ficticios que proponemos. No es especialmente relevante por la cantidad de intervenciones pero es estructuralmente imprescindible. El traductor saca a la luz la historia de Cide Hamete que el editor no entendía. Es el primer intermediario entre la historia de Cide Hamete y el lector.

El recurso de la traducción obedece, en principio, a una parodia caballeresca,38 como tal es tenido en la primera parte del Quijote. Sin embargo en la segunda, como sucede con el tópico del autor ficticio y solidariamente con él, la presencia de intervenciones del traductor son más numerosas.

En el capítulo 9 de la primera parte —tan crucial en todo nuestro esquema— el traductor aparece por vez primera y es, además, protagonista de la historia. El editor lo encuentra, lo contrata y lo lleva a su casa (I, 9, 142-143). Incluso en este capítulo interviene directamente sin usar el estilo indirecto al que lo obligará, en adelante, la presentación del editor, cuando se refiere a las habilidades conserveras de Dulcinea. Ya en la segunda parte, el traductor aparece en siete ocasiones explícitamente. Nos demuestra en (II, 5, 73) su sentido profesional al traducir algo que no considera verosímil. Comenta pero no actúa sobre el discurso. En este mismo capítulo el editor recalca la presencia del traductor y su opinión sobre la historia (pp. 76 y 78). También actúa sobre la narración hurtando partes que le parecen innecesarias. Tiene conocimientos literarios, al menos se arriesga a prejuzgar la que sirve o no al propósito de la historia (II, 18, 169). El morisco aljamiado no sólo traduce estrictamente el texto (cuando no lo deturpa) sino también las notas marginales como hemos visto en la referencia a Dulcinea y en (II, 24, 223).

Pero el traductor también opina sobre los personajes y autores de la obra. Lo hace sobre Cide Hamete. Aquí están tres de ellos: editor, traductor y Cide Hamete:

Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: «Juro como católico cristiano…»; a lo que su traductor dice que el jurar…

(II, 27, 249)

En este caso se trata de una interrupción (y por lo tanto robo de palabras del autor moro) ya que sólo se lee el inicio del juramento de Cide, que, según el editor, provoca los comentarios del traductor. Éstos son especialmente puntillosos y casi ridículos. No está lejos la ironización y la burla de la pureza de ideas de los moriscos. O burlarse del traductor sobre su fidelidad a la traducción, al querer explicar textos poco comprensibles. Recordemos que este traductor tiene el prurito de la verosimilitud y de la claridad. También en el confuso inicio del capítulo 44 de la segunda parte el traductor se aleja de su cometido. Lo que nos interesa demostrar con estas líneas es la presencia del traductor como integrante del esquema autorial del Quijote. Un traductor que hurta información, comenta hechos y personajes y traduce incluso notas marginales.

Cide Hamete Benengeli

Cide Hamete Benengeli es, como hemos visto páginas arriba, el autor de la historia de don Quijote; al menos el principal. Sin embargo cabe pensar qué es lo que nos queda de lo escrito por Hamete después de una traducción, una presentación del editor y otra intervención final. Pero la intuición de un lector inocente es que el autor de la mayoría de las palabras que lee en el Quijote son de Cide Hamete.

El origen de un autor ficticio moro tiene mucho que ver con la parodia de los libros de caballerías. Es indudablemente la chispa de su nacimiento en la obra de Cervantes. Y su caracterización debe mucho a estas novelas.39 Recordemos que Montalvo es el editor (como nosotros lo entendemos en el Quijote) del Amadís y Elisabad su autor primero y también de las Sergas de Esplandián; que Fristón es el sabio que escribió Don Belianís de Grecia (que también tiene traductor, el licenciado Jerónimo Fernández); el sabio Rey Artidoro El caballero de la Cruz junto al árabe Xartón; Alquife el Amadís de Grecia; Lirgandeo y Artemidoro Espejo de Príncipes y Cavalleros… En todas ellas se utiliza el tópico del autor ficticio —normalmente sabio nigromante— escritor de la historia en griego, caldeo, latín e incluso árabe (El caballero de la Cruz) como en el Quijote y, consecuentemente, la presencia de un traductor.

En otro género especialmente admirado por Cervantes también se encuentran más de una concomitancia con el Quijote. Nos referimos al Orlando, de Ariosto y La Araucana, de Ercilla. Ambas obras incorporan una técnica autorial y narrativa que Cervantes tiene en cuenta.40

Cide Hamete ofrece diversas posibilidades de interpretación desde su mismo nombre. En la edición ya citada de Rodríguez Marín (n. 18, vol. I, pp. 282-283) se recogen algunas explicaciones. Los trabajos de Bencheneb-Marcilly y Geoffrey Stagg ya reseñados ofrecen unas hipótesis muy serias. Ambos tienen en cuenta la obra de Pérez de Hita, Guerras civiles de Granada, donde utiliza habitualmente el nombre Hamete. Stagg encuentra en la Topografhia e Historia general de Argel de Haedo un morabuto llamado Cide Amet Aludebi. Explicaciones anagramatopéyicas abundan pero no parecen tan felices.41 Pero a nosotros no nos interesa mucho ahora ni el significado ni el origen del nombre Cide Hamete Benengeli. Lo importante es reconocer que Cervantes crea uno que provoca múltiples asociaciones. Que muchas de ellas están formadas amalgamando conocimientos lingüísticos y de su vida en Argel con juegos fonéticos y conceptuales llenos de ironía. Lo que nos interesa es reconocer que este personaje tan sabiamente nombrado desdobla antagónicamente a Cervantes, identificándose unas veces o distanciándose de él.

La primera de las funciones —pero no la principal— de Cide Hamete es la de parodiar las novelas de caballerías. Si la creación de Hamete se hubiera quedado sólo en eso —como sucede con el Alisolán de Avellaneda— poco habría que decir. Con Cide Hamete Cervantes se burla de los moros (antiarabismo tradicional) y parodia las discusiones eruditas de la época; se coloca como lector y juez de su propia obra logrando una sensación de objetividad e imparcialidad; es un intermediario entre lector y personaje y como tal, logra un distanciamiento entre ellos y el autor. La aparición de un autor ficticio ofrece una autonomía propia y distinta con un mundo autorial no verdadero.

El retrato de Cide Hamete ofrecido en la obra es bastante completo y complejo y se puede comprobar tanto a través de sus treinta y siete apariciones explícitas como en otros comentarios y críticas a personajes de la novela. Él mismo aparece como personaje, es protagonista y llega a expresarse en estilo directo. Cide Hamete surge ante nosotros como historiador arábigo. Como moro se recela de él (I, 9, 144), (II, 3, 58-59). Al mismo tiempo se le califica como «historiador puntilloso»: «historiador muy curioso y puntual en todas las cosas» (I, 16, 201), (I, 27, 343), (II, 50, 415), (II, 47, 395), (II, 61, 507) y (II, 74, 592). Como clara muestra de la admiración que provoca Cide Hamete en el editor por esta puntualidad, podemos fijarnos especialmente en (II, 40, 338-339). Pero Hamete no es tan puntual como se nos dice. No distingue entre «pollinos o pollinas», o más bien borricas (II, 10, 107), ni entre encinas, alcornoques y hayas. Como apunta Percas «la pedantería del concepto de exactitud del editor contiene tal humor que debilita su comentario crítico sobre la falta de historicidad de Cide Hamete».42

Aunque se nos insista en su origen moro, éste no es tan claro: «Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego» (I, 22, 265) o (II, 4, 69). Es sabio y mago. Sabio morabuto según Stagg. Como mago todo lo sabe (II, 40, 338-339) y recordemos que cada héroe de caballería

tenía uno o dos sabios, como molde, que no solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus más mínimos pensamientos y niñerías por más escondidas que fuesen

(I, 9, 140)

La mejor forma de conocer a Cide Hamete es a través de sus intervenciones más directas. El autor moro aparece como justo y escandalizable con los pobres comportamientos humanos: (II, 53, 440), (II, 44, 371) y (II, 18, 175). A veces, metido plenamente en la acción de la historia, Hamete pierde la objetividad y toma partido (II, 17, 163) y (II, 70, 564-565), se divierte (II, 48, 399), aflora su religiosidad (II, 8, 92), (II, 27, 249). Su tarea de autor también provoca sus comentarios (11, 45, 375).43

Los dos personajes principales de la novela también conocen y aluden a Cide Hamete. A don Quijote, Benengeli se le aparece como mago y sabio (II, 2, 57); enemigo (I, 18, 180); mentiroso (II, 3, 59); injusto con su protagonismo novelesco (II, 3, 64). Sancho lo increpa directamente (II, 4, 69) y tampoco está muy seguro de su origen.

La presencia de este autor moro es esencial dentro de la historia de la novela. Recordemos que él es su principal autor. Su nombre, sus apariciones y a veces la confusión de su papel dentro de la obra, no ayudan a que permanezca en un estricto y solitario plano autorial.

El autor definitivo

Ya hemos visto cómo Haley y El Saffar estimaban oportuna la individualización de este autor definitivo. Se trata de un autor distinto al de los ocho primeros capítulos, al editor, al traductor y a Cide Hamete. Este autor, que está bien escondido en las páginas de la novela, controlaría toda la obra, desde su comienzo, incluyendo los ocho primeros capítulos, y sería el responsable último de la obra. Sus apariciones son:

Pero está el daño de todo esto […] hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

(I, 8, 137-138)

Y el último de la primera parte:

Pero el autor desta historia, puesto que con diligencia ha buscado los hechos […] Tiénese noticia que lo ha hecho, a costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene intención de sacallos a la luz con la esperanza de la tercera salida de don Quijote.

(I, 52, 604-608)

Ahora bien, esta última intervención puede ser dudosa. Porque por lo dicho bien pudiera corresponder al editor. Sin embargo, creemos que se trata de una intervención del autor definitivo. Tiene la misma función que la primera (I, 8), trata de asunto similar —la búsqueda de nuevos materiales novelescos— y cuando habla de autor tiene que referirse al editor («segundo autor» en I, 8) al que presenta. Tanto estructuralmente dentro de la obra, como por argumento narrativo, pertenece al mismo de (I, 8). Alguien distinto del editor es el autor definitivo. Éste es el que presenta en tercera persona al editor.

El autor definitivo tiene un dominio controlado sobre toda la obra que ningún otro posee. Es el único que realmente se puede llamar omnisciente, el único que está sobre los demás autores. El desconocimiento que tenemos sobre él es total. Recordemos que de todos sabemos algo. Sin embargo de este último y definitivo autor nada trasluce la novela. Casi no podría ser de otro modo. Si alguien lo introdujese, el ciclo volvería a empezar y se necesitaría otro autor final. Si él, en clara primera persona, hablase de sí mismo, se acercaría peligrosamente a la frontera de personaje definido de la novela. Fijémonos que los conocimientos que tenemos de los distintos autores de la obra decrecen conforme a su importancia como personajes dentro de la historia. Así, sabemos más de Cide Hamete que del traductor, y más del traductor que del editor, y más del editor que del autor de los ocho primeros capítulos. Y de quien menos sabemos, es decir, nada, es del autor definitivo.44

El autor definitivo cierra el esquema de los autores ficticios del Quijote. Es el que, además, le da validez. Es en último caso la posible solución de párrafos ambiguos o insalvables. Del autor definitivo nada sabemos pero él es el que más conoce de la novela y su último intermediario entre la historia y el lector.

Ahora bien, esto que acabamos de decir es exacto sólo teóricamente según el esquema propuesto. Aunque el Quijote sea la última lectura del autor definitivo, en muchas ocasiones parece ser el editor el que está más en contacto con el lector. Y baste recordar las apelaciones que hace en la segunda parte. Lo que sucede es que el autor definitivo es tan extremadamente cauteloso que se inhibe dejándose usurpar ladinamente funciones que teóricamente le pertenecen. Existen, sin embargo, otras imperfecciones en el desarrollo del recurso del autor ficticio reflejadas en la novela que dificultan aún más su explicación. Este recurso superó, en algunas ocasiones, las previsiones cervantinas al menos en la primera parte. Lo que sí señalamos es la existencia de un juego paralelo entre la historia de la novela y la historia del discurso novelesco, sí plena y conscientemente cervantino.

Es casi imposible discernir estrictamente quién habla en la obra. Incluso puede resultar engañoso. Podemos preguntarnos qué nos queda de lo escrito por Cide Hamete (a partir de I, 8) después de pasar por una traducción a veces irregular, un editor intervencionista y un autor oscuro y discreto que nos ofrece su versión de la obra.

A lo largo de estas páginas hemos individualizado los autores ficticios del Quijote: el autor de los ocho primeros capítulos, el editor, el traductor, Cide Hamete Benengeli y el autor definitivo. Son las cinco voces que se pueden distinguir en la novela aunque dudemos en ocasiones quién de ellos interviene. Son autores porque intervienen en la confección del discurso más o menos acusadamente, y son personajes a su vez de la novela porque casi todos (excepto el autor definitivo) forman parte de su historia. Todos ellos son rastreables en el texto y ninguno de ellos ha de identificarse con Cervantes. La conjunción de los cinco y la colaboración del lector conformará lo que Cervantes entiende por autor del Quijote.

(*) Santiago Fernández Mosquera, «Los autores ficticios del Quijote», en Anales Cervantinos, XXIV (1986), pp. 47-65.

(1) Autores ficticios dentro de la realidad, no identificables con el escritor o con el autor empírico en la novela. Baste recordar la famosa frase de Barthes: «Qui parle (dans le récit) n’est pas qui écrit (dans la vie) et qui écrit n’est pas qui est», en «Introduction à l’analyse structurale des récits», Communications, 8 (1966), p. 20.

(2) Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, comentada por Diego Clemencín, Madrid, 1833-1839, 6 vols. Nosotros usamos la edición publicada por Librería de la Viuda de Hernando y Cía. (Madrid), 1894, 8 vols., vol. 1, pp. 211-212 y 221-222.

(3) Juan Calderón, Cervantes vindicado en ciento y quince pasajes del texto del «Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha», que no han entendido, o han entendido mal, algunos de sus comentadores o críticos, Madrid: Imprenta de J. Martín Alegría, 1854. No he podido consultar directamente esta obra; sin embargo, citaré los párrafos pertinentes que aparecen en José López Navío, «Los dos autores del Quijote: primer autor (Lope), segundo autor (Cervantes)», en Anales Cervantinos, 8 (1959-1960), p. 238, y en Gregorio B. Palacín Iglesias, Ahondando en el Quijote, Madrid: Ediciones Leira, 1968, pp. 20-21.

(4) Miguel de Cervantes, Obras completas de Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quixote de la Mancha, ed. de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, Madrid: Gráficas Reunidas, 1928, t. I, p. 462. La referencia a Mendizábal es confusa. Schevill-Bonilla nos remiten a Gillet, Revista de Filología Española, 12 (1925), p. 181, pero el autor de esa nota sobre el Quijote es Rufo Mendizábal (misma revista, mismo número, mismo año, misma página), es decir, R. Mendizábal, «Más notas para el Quijote», en Revista de Filología Española, 12 (1925), pp. 180-184.

(5) Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. de Rodríguez Marín, Madrid: La Lectura, 1911-1913, 8 vols.

(6) Leopoldo Eguilaz y Yanguas, «Notas etimológicas a El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha», en Homenaje a Menéndez Pelayo, Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1899, t. II, p. 121.

(7) Muy importante por lo que supuso de cambio de punto de vista es el artículo de Joseph E. Gillet, «The Autonomous Character in Spanish and European Literature», en Hispanic Review, 24 (1956), donde aporta la justificación teórica en la distinción de los distintos niveles autoriales.

(8) Alan S. Trueblood, «Sobre la selección artística en el Quijote: “… lo que ha dejado de escribir” (II, 44)», en Nueva Revista de Filología Hispánica, 13 (1956), pp. 44-50. El mismo autor retoma el asunto en una nota adicional, «Nota adicional sobre Cervantes y el silencio», en Nueva Revista de Filología Hispánica, 13 (1959), pp. 98-100; Geoffrey Stagg, «El sabio Cide Hamete Benengeli», en Bulletin of Hispanic Studies, 33 (1956), pp. 218-225.

(9) Edward Riley, Cervantes’ Theory of the Novel, Oxford: Clarendon Press, 1962. La primera edición española, Teoría de la novela en Cervantes, es de 1966.

(10) George Haley, «The Narrator in Don Quixote: Maese Pedro’s Puppet Show», en Modern Language Notes, 80 (1965). Este trabajo fue leído como conferencia por primera vez en 1964. Recientemente ha aparecido una traducción en El Quijote de Cervantes, ed. de George Haley. Madrid: Taurus, 1984, pp. 269-287. Citaremos por la edición española.

(11) Haley, art. cit., p. 271.

(12) Bencheneb-Marcilly, «Qui était Cide Hamete Benengeli?», en Mélanges à la mémoire de Jean Sarrailh, París: Centre de Recherches de l’Institut d’Études Hispaniques, 1966, t. I, pp. 97-116.

(13) No hemos olvidado la aportación de Américo Castro especialmente en «El cómo y el porqué de Cide Hamete Benengeli», en Hacia Cervantes, Madrid:Taurus, 1967, 3.ª ed., pp. 409-419. Anteriormente apareció con el título «Cide Hamete Benengeli: el cómo y el porqué», en Mundo Nuevo, 1967, pp. 5-9.

(14) Ruth El Saffar Snodgrass, «The Function of the Fictional Narrator in Don Quijote», en Modern Language Notes, 83 (1968), pp. 164-177. Hay traducción española en El Quijote de Cervantes, ed. cit., n. 10, pp. 288-299. Citaremos por la traducción castellana.

(15) El Saffar, «La función…», art. cit., p. 297.

(16) Hemos dejado atrás trabajos muy interesantes que ahora sólo citaremos: John J. Allen, Don Quixote: Hero or Fool?, II, Gainesville: University of Florida Press, 1969; especialmente el capítulo «The Narrators, the Reader and Don Quixote» que aparecerá más tarde como artículo sin mayores modificaciones en Modern Language Notes, 91 (1976), pp. 201-212; Edward C. Riley, «Whos who in Don Quijote? Or an Approach to the Problem of Identity», en Modern Language Notes, 81 (1966), pp. 113-130; F. W. Locke, «El sabio encantador, the author of Don Quixote», en Symposium, 23 (1969), pp. 46-61.

(17) Erwin Félix Rubens, «Cide Hamete Benengeli, autor del Quijote», en Comunicaciones de Literatura Española, 1972, pp. 8-13. Existe una reseña de este artículo de Alberto Sánchez en Anales Cervantinos, 13 (1973), pp. 265-266.

(18) Rubens, art. cit., p. 265.

(19) Helena Percas de Ponseti, Cervantes y su concepto del arte, Madrid: Gredos, 1975, 2 vols.: «Primeras técnicas narrativas», especialmente las pp. 84-123. De Helena Percas también nos son útiles especialmente sus notas de «Los prólogos de don Quijote a Sancho», en Cervantes and the Renaissance, ed. de Michael D. McGaha, Newark: Juan de la Cuesta (Papers of the Pomona College. Cervantes Symposium. November, 1978). Merece también referencia la obra de Francisco Márquez Villanueva, Fuentes literarias cervantinas, Madrid: Gredos, 1973, especialmente el capítulo «Fray Antonio de Guevara y la invención de Cide Hamete», pp. 183-257.

(20) Helena Percas, Cervantes y su concepto del arte, o. cit., p. 87.

(21) Ruth El Saffar Snodgrass, Distance and Control in Don Quixote. A Study in Narrative Technique, North Carolina Studies in the Romances Languages and Literatures, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1975. También la reseña a Prologhi al Don Chisciotte, de Mario Socrate, en Modern Language Notes, 91 (1976), pp. 377-384. «Cervantes and the games of illusion», en Cervantes and Renaissance, o. cit., n. 19. «Tracking the trickster in the works of Cervantes», en Symposium, 37 (1983), pp. 106-124. También de 1975 es el trabajo de Gonzalo Torrente Ballester, El Quijote como juego, Madrid: Guadarrama, 1975, especialmente pp. 26-36.

(22) Ruth El Saffar, Distance and Control…, o. cit., p. 39.

(23) George Haley, «The Narrator in Don Quixote: A Discarded Voice», en Estudios en honor a Ricardo Gullón, ed. de Luis González del Valle et al., Lincoln, Nebraska: Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1984, pp. 173-183. Fue leído este trabajo como conferencia en el Simposium sobre Cervantes en la Universidad de Wisconsin-Madison (abril, 1978). También del año 1978 —si bien publicados en 1981— son los trabajos del Primer Congreso Internacional sobre Cervantes. De sus Actas destacamos Fernando de Toro, «Don Quijote como deconstrucción de modelos narrativos», en Cervantes, su obra y su mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes, Madrid: EDI-6, 1981, pp. 635-651. Especialmente el apartado «Función del yo narrativo y del autor implícito en Don Quijote», que diferencia al «segundo autor» —que para él es voz narrativa principal—, al «autor primero» (Cide Hamete) y al traductor. Sin embargo, pone en boca del segundo autor el párrafo final del capítulo 8 que no es factible a menos que éste hable de sí mismo en 3.ª persona. En definitiva, no distingue a ese «último autor» y al de los ocho primeros capítulos.

(24) No se debe confundir este editor con el editor de H. Percas. Para ella equivale a «segundo autor». Para Haley editor podría ser «el cuarto autor» de Helena Percas. En palabras de Haley: «The new voice belongs to the editor who has been luking in the wings, like Pirandello, and suddenly breaks into the text just long enough to define the first narrators story as a fragment and to supply the interlacement between Part I and II of the First Part [...] The editor who has been reading over his shoulder as he worked through his “true history” shares with the reader of the novel knowledge with the first narrator never achieves: namely, that the figures he left in suspended animation will be set in motion proceed notwithstanding his de-fault», en «The Narrator…», art. cit., p. 179.

(25) R. M. Flores, «The Role of Cide Hamete en Don Quixote», en Bulletin of Hispanic Studies, 59 (1982), pp. 3-14, p. 11. Para una correcta interpretación de este artículo es necesario complementarlo con otro anterior del mismo autor, «Cervantes at Work: The Writing of Don Quixote Part I», en Journal of Hispanic Philology, 3 (1979), pp. 135-160.

(26) Conviene recordar últimamente el trabajo de Lázaro Carreter, «La prosa del Quijote», en Lecciones cervantinas, ed. de Aurora Egido, Zaragoza: Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y La Rioja, 1985, pp. 115-129.

(27) Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. y notas de Luis Andrés Murillo, Madrid: Castalia, 1982, 2.ª ed., 2 vols. Todas las citas de la obra estarán tomadas de esta edición y se citarán directamente en página de la forma vista (II, 70, 563), es decir, segunda parte, capítulo 70, página 563. La voz autor unida a Cide Hamete aparece además en (I, 16, 201-202), (I, 22, 265), (II, 2, 57), (II, 3, 59), (II, 74, 591).

(28) (II, 24, 223), (II, 40, 338), (II, 70, 566).

(29) (I, 20, 247), (II, 3, 63), (II, 3, 66), (II, 4, 67), (II, 8, 94), (II, 10, 103), (II, 10, 107), (II, 12, 122), (II, 12, 123), (II, 17, 163-164), (II, 18, 169), (II, 37, 328).

(30) Colbert I. Nepaulsingh, «La aventura de los narradores del Quijote», en Actas del VI Congreso Internacional de Hispanistas, Toronto: Department of Spanish and Portuguese, University of Toronto, 1980, pp. 515-518. «Es obvio que Cervantes, en su concepción última del Quijote, si no desde el principio mismo, deseaba que las primeras palabras pertenecieran a Cide Hamete Benengeli», p. 515.

(31) Ruth El Saffar, «La función…», art. cit., pp. 298-299.

(32) George Haley, «The Narrator in Don Quixote…», art. cit., p. 270.

(33) Helena Percas, Cervantes y su concepto del arte, o. cit., p. 87; Alban K. Forcione, Cervantes, Aristotle and the Persiles, Princeton: Princeton University Press, 1970, p. 157; Riley, Teoría…, o. cit., p. 323; Trueblood, «Sobre la selección…», art. cit., p. 46.

(34) Haley, «The Narrator in Don Quixote…», art. cit., p. 175.

(35) El Saffar, Distance and Control…, o. cit., p. 39.

(36) Y muchas más que son fórmulas de tradición caballeresca en la literatura medieval: (II, 31, 273), (II, 50, 416), (II, 13, 127), (II, 14, 134), (II, 14, 142), (II, 14, 145), (II, 33, 296), (II, 47, 386), (I, 64, 531), etc.

(37) Las apelaciones al lector y el reparto de la acción entre Sancho y don Quijote —combinadas en muchas ocasiones— son abundantes: (II, 26, 249), (II, 10, 105), (II, 13, 134), (II, 45, 375), (II, 45, 382), (II, 48, 403), (II, 49, 405), (II, 54, 447).

(38) Para comprobar antecedentes caballerescos en la traducción conviene consultar Daniel Eisenberg, «The Pseudo-Historicity of Romances of Chivalry», en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, Newark: Juan de la Cuesta Hispanic Monographs, 1982.

(39) Daniel Eisenberg, Romances..., o. cit.; Martín de Riquer, «Cervantes y la caballeresca», en Suma cervantina, ed. de J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley, Londres: Tamesis Books, 1973, pp. 273-292; y el libro de H. Thomas, Las novelas de caballerías españolas y portuguesas, Madrid: CSIC, 1952.

(40) Tanto la obra de Ariosto como la de Ercilla ofrecen unas intervenciones autoriales que recuerdan, en principio, a las cervantinas. Ayudarán en un estudio más pormenorizado de este punto los trabajos de Maxime Chevalier, L’Arioste en Espagne (1530-1650). Recherches sur l’influence du «Roland Furieux», Burdeos: Institut d’Études Ibériques et Ibéro-Américaines de l’Université de Bordeaux, 1966; Juan Bautista Avalle-Arce, «El poeta en su poema. (El caso Ercilla)», en Revista de Occidente, 32 (1971). Carlos Albarracín-Sarmiento, «Pronombres de primera persona y tipos de narrador en La Araucana», en Boletín de la Real Academia Española, 46 (1966), pp. 297-320, y «Arquitectura del narrador en La Araucana», en Studia in honorem Rafael Lapesa, II, Madrid: Gredos, 1974, pp. 7-19.

(41) Estudios sobre combinaciones y claves de palabras en la obra de Cervantes aparecen desde muy temprano. Destacamos los más importantes y los más curiosos: Fermín Caballero, Pericia geográfica de Miguel de Cervantes, demostrada con la historia de Don Quijote de la Mancha, Madrid: Imprenta de Yenes, 1840; M. Unciei, Lo de Benengeli, Madrid, 1918, y últimamente José de Benito, Hacia la luz del Quijote, Madrid: Aguilar, 1960.

(42) H. Percas, Cervantes y su concepto del arte, o. cit., p. 100.

(43) Sobre la tarea de escritor de Hamete: (I, 40), (II, 14), (II, 17), (II, 43), (II, 44).

(44) Ruth El Saffar, «La función…», art. cit., p. 298.