cervantino a la lumbre de su pluma y que medita, reflexiona, sobre él; lo imagina y lo piensa cabalmente.
En el Prólogo a la segunda edición de 1913, escribe:
...dejando a eruditos, críticos e historiadores la meritoria y utilísima tarea de investigar lo que el Quijote pudo significar en su tiempo y en el ámbito en que se produjo y lo que Cervantes quiso en él expresar y expresó, debe quedarnos a otros libre al tomar su obra inmortal como algo eterno, fuera de época y aun de país, y exponer lo que su lectura nos sugiere. [...] hoy ya es el Quijote de todos y cada uno de sus lectores, [...] y debe cada cual darle una interpretación... 8.
Ése es el objetivo de Unamuno: interpretar desde sus adentros el texto cervantino, que no debe reducirse a una mera obra literaria 9, a fin de «libertar al Quijote del mismo Cervantes» 10 y demostrar que, debajo del disfraz disparatado de caballero andante, está meditando otro Quijote: don Miguel de Unamuno, quijotista apasionado, para quien el loco de La Mancha es superior a su autor, que, sin duda, es su padre, pero sólo eso, pues su madre es «el pueblo en que vivió y de que vivió»11 éste.
«Desde que el Quijote apareció impreso -escribe- y a la disposición de quien lo tomara en mano y lo leyese, el Quijote no es de Cervantes, sino de todos los que lo lean y lo sientan»12. Por eso, la lectura de Unamuno no es visual, sino cordial. El intelecto no se separa de su espíritu. Luego agrega: «Cervantes puso a Don Quijote en el mundo, y luego el mismo Don Quijote en el mundo se ha encargado de vivir en él; y aunque el mismo don Miguel creyó matarle y enterrarle e hizo levantar testimonio notarial de su muerte para que nadie ose resucitarle y hacerle hacer nueva salida, el mismo Don Quijote se ha resucitado a sí mismo, por sí y ante sí y anda por el mundo haciendo de las suyas»13.
En el Prólogo a la tercera edición de 1930, reconoce el autor que sus cuatro años de destierro en Hendaya significan su experiencia quijotesca, sustentada en el sufrimiento de «no ser en lo eterno y lo infinito»14, esa pasión de Dios dentro de su ser y de todos los hombres, su temporalidad:
El ardor divino de no morirse es lo que le lleva a uno a tratar de sellar con su sello las almas de los demás, a salirse de sí, para fuera de sí perpetuarse15.
Unamuno deja a un lado la obra para penetrar al personaje que contiene la poesía de esa obra, y «en la poesía según Aristóteles, hay más verdad que en la historia». A pesar de la muerte, los nuevos tiempos unen a Cervantes y a Unamuno desde el silencio primordial que precedió al primer vocablo de sus obras:
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha muchotiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor 16
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8 Vida de Don Quijote y Sancho, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 133-134.
9 «Sobre la lectura e interpretación...», p. 575.
10 «Prólogo a la segunda edición», p. 134.
11 «Sobre la lectura e interpretación...», p. 577.
12 Ibídem, p. 573.
13 Ibídem, p. 574.
14 «El sepulcro de Don Quijote», ensayo publicado en La España Moderna, N.° 206, Madrid, febrero de1906, pp. 5-17, incluido en Vida de Don Quijote..., p. 141.
15 Miguel de UNAMUNO, «Razón y vida», Renacimiento, Madrid, N.° V, julio de 1907, p. 4.
16 Don Quijote de La Mancha, Madrid, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004, p. 27.