Geoffrey Stagg "Sobre el plan primitivo del Quijote"

Muchos cervantistas comparten la opinión de que Cervantes, al empezar el Quijote, sólo pensó en escribir una novelita, y que luego cambió de plan. Es típica la forma que da a esta idea Martín de Riquer:

Se ha supuesto que, tras el escrutinio y quema de los libros del hidalgo, se acababa una primera versión del Quijote, concebido como novela breve al estilo de las Novelas ejemplares. En efecto, estos seis primeros capítulos que constituyen la primera salida del protagonista, tienen una evidente unidad por sí solos… No obstante, todo esto no pasa de ser una conjetura…

Como conjetura insostenible fue rechazada por Menéndez Pidal por parecerle (cito sus propias palabras) «que el primitivo plan de Cervantes no podía terminar ni en el capítulo quinto o sexto ni en el noveno: el primer capítulo, sin recordar otros pasajes convincentes, anuncia ya una novela mayor». En cuanto al capítulo primero, César Real, después de un análisis estilístico de gran acierto, creyó poder señalar allí una serie de frases interpoladas por Cervantes cuando decidió éste convertir su primitivo cuento en obra de mayor extensión. Pero queda en pie la otra objeción de Menéndez Pidal: es cierto, como hace notar, que se descubren en los primeros capítulos pasajes convincentes que anuncian ya una novela mayor. En el capítulo segundo, en un discurso que preludia claramente la aparición de Cide Hamete, el hidalgo se dirige al sabio, quien, según cree, narrará sus hazañas; en el mismo capítulo se alude a dos aventuras de la segunda salida, la de los molinos de viento y la del Puerto Lápice; en el capítulo tercero, los consejos del ventero anticipan la introducción de Sancho Panza. Moreno Báez no se rinde a esta evidencia. Según él, «esto no significa que Cervantes, una vez escrita la novelita y conforme le agregaba capítulos nuevos, no reformara su texto original para armonizarlo con lo que seguía». Siguiendo esta observación, Bertrand y López Navio han creído encontrar en los primeros capítulos varios pasajes intercalados que apoyan esta teoría de la reelaboración. Pero sus afirmaciones, más o menos arbitrarias, no bastan para resolver el problema. Falta todavía una demostración razonada de la validez de la teoría de las interpolaciones. Mi propósito es intentar tal demostración mediante un examen del texto de los primeros capítulos.

Estos capítulos ofrecen la particularidad de contener ciertas anomalías narrativas cuyo estudio resulta sumamente revelador. Tratemos, en primer lugar, tres casos de anomalía con características comunes.

Primer caso: el cura y el barbero

Ya desde el tercer párrafo del libro sabemos que el barbero del lugar se llama maese Nicolás; que éste y el cura son amigos del hidalgo, y que conocen su afición a los libros de caballerías:

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar —que era hombre docto, graduado en Sigüenza—, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo…

El cura y el barbero están en casa de don Quijote cuando éste vuelve de su primera salida; sigue el texto:

Estaban en ella [es decir, la casa de don Quijote] el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba diciéndoles su ama a voces:

—¿Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez —que así se llamaba el cura—, de la desgracia de mi señor?…

La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más:

—Sepa, señor maese Nicolás —que éste era el nombre del barbero—, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches… Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado…

Todo esto extraña al lector. ¿Por qué nos dice otra vez Cervantes en este capítulo quinto que el cura y el barbero eran amigos del hidalgo? ¿Por qué dice de nuevo que el barbero se llamaba maese Nicolás? Sobre todo, ¿por qué habla la sobrina como si los dos amigos no supiesen nada de la locura del hidalgo? Ya la conocían perfectamente.

Segundo caso: el nombre del hidalgo

En el capítulo primero Cervantes discute gravemente la cuestión del nombre del hidalgo, y no una, sino dos veces:

Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Segundo texto:

y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir.

Echemos ahora una ojeada al capítulo quinto. El labrador Pedro Alonso encuentra a don Quijote tendido en el suelo. Sigue la narración:

le limpió el rostro…, y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le dijo:

—Señor Quijana —que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante—, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte?

Se ve que el problema textual planteado es parecido al ya expuesto. ¿Por qué Cervantes, después de insistir en el asunto, nos declara, como por vez primera, cuál debía de ser el verdadero nombre del hidalgo?

Tercer caso: el campo de Montiel

La aventura de los molinos de viento tiene necesariamente por escenario el campo de Montiel, y allí le lleva Cervantes a don Quijote al comienzo de la segunda salida:

Acertó don Quijote a tomar la misma derrota y camino que el que él había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada…

«Su primer viaje, que fue por el camino de Montiel»: nos encontramos aquí con otra explicación innecesaria: Cervantes había consignado ya el hecho:

subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel.

Cabe preguntar ahora la razón de todas estas aclaraciones superfluas, de estas contradicciones narrativas. Algunos pueden suponer que Cervantes, a medida que escribía, iba olvidando varios detalles importantes que había incorporado ya al texto. No me convence esta explicación. Las anomalías indicadas prefiero suponerlas el resultado de una reelaboración efectuada demasiado de prisa después de cierto lapso de tiempo. Desde este punto de vista, las primeras alusiones al cura y al barbero, al nombre del hidalgo y al campo de Montiel serían interpolaciones agregadas en una etapa posterior de la composición.

Dos serían los motivos principales para esta reelaboración. El primero lo ha indicado Moreno Báez: Cervantes, al añadir nuevas aventuras, volvería sobre lo escrito para armonizarlo con lo que seguía. Pero no bastaría este recurso. Al cambiar de plan, se vería obligado también a un cambio de técnica narrativa. La técnica del cuento es distinta de la de la novela mayor. En general, el cuento es escueto, impresionista, prescinde de detalles accesorios, se limita al tema central. La novela larga se complace en crear un ambiente, acumula los detalles, insiste más en lo circunstancial. Esto explicaría el supuesto procedimiento de Cervantes. Mediante las interpolaciones podría ubicar la primera salida con mayor precisión topográfica en el campo de Montiel; dar mayor consistencia al cuadro del vivir cotidiano del hidalgo, pintando su trato con el cura y el barbero, y subrayar la importancia de averiguar el verdadero nombre del héroe de su verdadera historia.

Pero tampoco bastarían estos leves retoques. El interés de la historia se centra en la locura de don Quijote, locura promovida por la lectura de los libros de caballerías. En un cuento serían suficientes unas cuantas alusiones a este género literario; en una historia sería preciso ahondar en el análisis y crítica del género, exponer más sistemáticamente las raíces de la monomanía del hidalgo. Es dudoso, a priori, que el escrutinio —en vista de su extensión— hubiese formado parte de un cuento primitivo, de existir éste. En cualquier caso, es dudoso que ocupase originalmente el lugar que le corresponde en el texto publicado. Se encuentra en medio de dos capítulos (quinto y séptimo) en que Cervantes, a imitación del Entremés de los romances, da erradamente un sesgo romancístico a la locura del héroe. El escrutinio, que no nombra nunca los romances, parece rectificar este error pasajero, y sin embargo, el capítulo siguiente, insistiendo otra vez en los romances, contradice esta rectificación. ¿Se trata, pues, de otra interpolación?

Cuarto caso: el escrutinio

Revisemos los hechos. Don Quijote regresa de la primera salida al atardecer, y se acuesta poco después. Al día siguiente el cura y el barbero vuelven a su casa para hacer el escrutinio. Casi terminado éste, lo interrumpen las voces que da don Quijote desde la cama. Sigue el texto:

Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido.

El cura le da consejos:

atienda vuestra merced a su salud por agora; que me parece que debe de estar demasiadamente cansado…

Ahora bien: don Quijote habrá estado en la cama unas doce horas, más o menos. Siendo así, ¿es lógico que se diga de él que está «tan despierto como si nunca hubiera dormido»? ¿Es lógico que al cura le parezca que don Quijote «debe de estar demasiadamente cansado»? Tales comentos no tienen sentido a menos que supongamos que el cura y el barbero acuden al hidalgo poco después de acostarse éste, es decir, que el escrutinio es un añadido posterior.

Refuerza esta conclusión otro hecho. Es extraño que los comentadores del Quijote no se hayan fijado más en el contrasentido verdaderamente lamentable que encierra el capítulo séptimo. Me permito leer el pasaje en cuestión:

Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores.

Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase —quizá quitando la causa, cesaría el efecto…

En resumen: hacen murar la biblioteca para que su amigo no encuentre allí los libros que no están allí. (El ama los ha quemado todos.) Esta gran contradicción se explica mejor suponiendo otra vez que el escrutinio no constaba en el relato original, y que Cervantes, al añadirlo, no se dio cuenta del contrasentido que había cometido.

Quinto caso: Sancho Panza

Volvamos al capítulo tercero. El ventero, antes de armar caballero a don Quijote, le da varios consejos, como el de llevar dinero y camisas limpias, y le advierte que pocas veces salen los caballeros andantes sin escudero. Al salir el hidalgo de la venta (cito el texto):

determinó volver a casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante a su aldea…

Sobreviene la aventura de Andrés, y luego (cito el texto otra vez):

llegó a un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación las encrucejadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquéllos tomarían, y, por imitarlos, estuvo un rato quedo; y al cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza.

No deja de sorprender esta acción del hidalgo. Si tiene intención de volver a casa, ¿por qué, al llegar a la encrucijada, suelta la rienda a Rocinante? ¿Tan pronto ha olvidado su primera resolución? Nótese este importante aspecto: los consejos del ventero y la consiguiente decisión de don Quijote no influyen para nada en el itinerario del hidalgo al seguir éste su camino hacia su aldea. Pueden representar otro elemento intercalado.

Es interesante, a este respecto, considerar el comienzo de la segunda salida. Don Quijote insta a Sancho Panza a que lo acompañe sirviéndole de escudero, y (dice Cervantes):

Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su amigo.

(Obsérvese la concisión, típica del método narrativo del cuento, que caracteriza a la fraseología: «dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino».) Sigue la descripción de los preparativos para la salida, la cual termina así:

Proveyose de camisas y las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar…

«Sin despedirse Panza de sus hijos y mujer»: nos sorprende esta frase, visto que Cervantes ya ha afirmado terminantemente que Sancho «dejó su mujer y hijos». Esta divergencia significativa, junto con la confusión respecto a la determinación del itinerario de la primera salida, nos induce a concluir que todo lo relacionado con los consejos del ventero fue otro producto de una reelaboración.

Esta conclusión lleva a otra: la de que la idea de Sancho surgió en la mente de Cervantes después de terminada la primera salida; y que luego sintió el autor la necesidad de enlazar las dos salidas mediante la adición del tema de los consejos del ventero. Bertrand cree que hubo una pausa en la composición después del fin de la primera salida. Nuestros argumentos no contradicen en nada esta creencia. Al contrario: si hubo tal pausa, la conciencia de ella llevaría naturalmente a Cervantes a establecer elementos de continuidad. Y como reflejo de esta preocupación se puede juzgar otro pasaje del capítulo segundo:

Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día…

Este texto tiene sin duda aire postizo. Es sospechoso que Cervantes declare la posible primacía de dos aventuras de la segunda salida. No es verosímil que los autores confundiesen dos salidas distintas. Se trata seguramente de otra interpolación, hecha con el motivo de ligar la narración de la primera salida con la de la segunda, ideada en etapa distinta.

Sexto caso: «los autores desta tan verdadera historia»

Cide Hamete aparece por primera vez al comienzo de la primitiva segunda parte (en el capítulo noveno), y desde este punto en adelante el relato se ofrece como obra de un solo autor. Antes, en la primitiva primera parte, Cervantes ha hecho vagas alusiones a los anales o autores de la Mancha, sin concretar, corrigiéndose al final del capítulo octavo para hablar del «autor desta historia». ¿A qué obedece esta vacilación?

Dejando aparte por ahora el último párrafo del capítulo octavo, son cuatro los pasajes de la primera parte que aluden al tema. El primero lo acabo de citar («Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice…»). El segundo texto inicia el discurso que pronuncia don Quijote al emprender su primera salida:

¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera…?

Conviene recordar que este mismo discurso encierra también la primera alusión, ya citada, al campo de Montiel. Los otros dos pasajes son los que versan sobre la forma auténtica del nombre del hidalgo. En otras palabras: todos son pasajes que hemos supuesto ya, por otras razones, ser interpolaciones. Es significativo, además, que todas las alusiones, en esta primera parte, al Quijote como «historia», o a la verdad de la «historia», figuren en los pasajes mencionados. En estos hechos me fundo para concluir que en el primitivo cuento no se hablaba ni de autores, ni de anales, ni de la «historia», ni de la verdad de la historia, siendo añadidos después estos detalles para justificar la introducción de Cide Hamete, no prevista en los primeros momentos. En cuanto al último párrafo del capítulo octavo, claro está que Cervantes lo compuso al mismo tiempo para servir de transición entre dos planes sucesivos.

Como consecuencia de estas conclusiones, podemos afirmar la probabilidad de que Cervantes emprendiese su reelaboración al llegar al capítulo noveno, en que aparece Cide Hamete. En tal caso sería razonable presumir que este capítulo reflejase las mismas preocupaciones que impulsaran a Cervantes a elaborar sus interpolaciones, hechas simultáneamente. Deberíamos poder establecer una serie de paralelos entre el capítulo noveno y los textos intercalados (sin tomar en consideración, naturalmente, los ya establecidos entre el tema Cide Hamete y el tema «los autores desta tan verdadera historia»).

No faltan estos paralelos. Por ejemplo, al meditar Cervantes sobre el problema de convertir su cuento en historia, se le ocurre la idea de multiplicar los detalles descriptivos, no sólo en el capítulo primero, sino también en el capítulo noveno, y la fingida pintura en el primer cartapacio de Cide Hamete le permite ofrecer al lector una representación realista de Rocinante y de Sancho Panza. Las dudas que emite en el capítulo primero acerca del verdadero nombre de don Quijote son idénticas a las que manifiesta en el capítulo noveno respecto a Sancho Panza:

Junto a él estaba Sancho Panza… a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de ser que tenía… la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia.

Sigue preocupándose por el escrutinio que acaba de redactar, y consiguientemente observa en el mismo capítulo noveno:

Pues entre sus libros se habían hallado tan modernos domo Desengaño de celos y Ninfas y pastores de Henares, que también su historia debía de ser moderna…

Sobre todo, sigue perplejo ante el problema fundamental suscitado por su cambio de plan. Desde el capítulo noveno en adelante, su relato, bajo la supuesta autoridad de Cide Hamete, se puede presentar con toda propiedad como «historia». Pero, ¿los ocho primeros capítulos? Bien es verdad que, en su reelaboración, el deseo de la armonía estructural le ha impulsado a calificarlos también de «historia», pero en realidad no forman parte constitutiva de ésta. En este dilema, Cervantes resuelve la dificultad de modo completamente arbitrario: en el primer párrafo del capítulo primero inserta la denominación contradictoria de «cuento»:

Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración del no se salga un punto de la verdad.

Y en el capítulo noveno repite este procedimiento:

el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabroso cuento.

El paralelo es exacto.

Y al fin y al cabo, la misma estructura del capítulo noveno constituye una prueba más de la validez de nuestros argumentos. Cervantes interrumpe allí la batalla con el vizcaíno para intercalar la descripción del descubrimiento de los cartapacios. La técnica de la interpolación, empleada en el capítulo noveno al descubierto, adquiere un alto valor artístico. Pero es precisamente la misma que ha empleado Cervantes en los ocho primeros capítulos, al entregarse a la labor de la reelaboración.

(*) Geoffrey Stagg, «Sobre el plan primitivo del Quijote», en Frank Pierce y Cyril A. Jones (eds.), Actas del primer congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Oxford: The Dolphin Book, 1964, pp. 463-471.