Jean Canavaggio "Agi Morato entre historia y ficción"

El relato del cautivo, interpolado en la primera parte del Quijote, desarrolla, sobre un fondo argelino nutrido de la propia experiencia del autor, una leyenda de rancio abolengo. Francisco Márquez Villanueva, en un importante trabajo, ha estudiado la trayectoria de esta leyenda.1 Maxime Chevalier, en un estudio sugestivo, ha encontrado en el cuento folclórico de La hija del diablo el motivo tradicional del que deriva la novela cervantina.2 En tales condiciones, cabe situar en su debida perspectiva la supuesta historicidad de la aventura de Ruy Pérez de Viedma. Dejando aparte todo lo que, en esta aventura resulta ser evocación semi autobiográfica del cautiverio cervantino, esta historicidad reside, fundamentalmente, en la cristalización de la fábula en torno a la protagonista. Ahora bien, no es el papel desempeñado por Zoraida lo que la vincula con el trasfondo argelino, sino, sencillamente, el ser hija de Agi Morato. Este personaje, sobre el cual Jaime Oliver Asín llamó hace ya años nuestra atención, fue una figura relevante en Argel en los años que siguieron a Lepanto.3 Como hemos mostrado en otra ocasión, llegó a intervenir en los contactos diplomáticos que se establecieron entre Madrid y Constantinopla, en el período que precedió las treguas hispanoturcas de 1579-1581.4 Pero de esta intervención no sospecha absolutamente nada el lector del Quijote. El Agi Morato cervantino se nos aparece así como fruto de una cuidadosa elaboración. Captar este proceso creador es empresa problemática; acercarnos a él resulta sin embargo posible, haciendo hincapié en los cuatro relatos que conservamos del padre de Zoraida. Los dos primeros proceden de fuentes documentales; los dos últimos son aquellos que nos ha dejado el propio Cervantes en sus ficciones.

El primer perfil que tenemos de Agi Morato nos ha sido conservado por el mercader valenciano Juan Pexón. Su corresponsal, el virrey de Valencia, había recibido, el 22 de marzo de 1573, un correo de Amat Bajá, rey de Argel por aquellas fechas. Se trataba de conceder un salvoconducto para España a un enviado secreto acreditado para tratar de la paz. Este enviado —Agi Morato— había ido a Constantinopla donde se había entrevistado con el Turco quien, a lo que se creía, le había comisionado para este fin. En el momento en que Venecia abandonaba la Santa Liga, firmando con el sultán una paz separada, estos contactos podían preparar un cambio de rumbo en las relaciones hispanoturcas; de ahí el visto bueno de Felipe II y el salvoconducto otorgado a Agi Morato el 12 de mayo, menos de dos meses después de la carta de Amat. Con todo, convenía saber algo más de este misterioso enviado, encontrado pocas semanas antes por el P. Núñez, otro informador; este cometido será cumplido por Juan Pexón:

Preguntado (Juan Pexón) quién es este Agi Morato, dize que es chauz del turco y su privado, y que es hombre muy principal entre ellos, y rico, y de quien se haze mucha cuenta en Argel.

Preguntado de qué nación es, dize que renegado Raguçés.

Preguntado de qué edad, dize que será de cinquenta años, poco más o menos.

Preguntado qué manera de hombre es, dize que es tenido por hombre de buen juizio, y de muy buena manera a su modo dellos. 5

Contra lo que se podía esperar, el proyecto fracasará. En aquel mismo mes de mayo, un tercer informador del rey de España, Francisco Gasparo Corso, descubre las verdaderas razones del viaje de Agi Morato a Constantinopla: «la diferencia que ha avido entre el Rey de Argel y los Genízaros». Y añade «que Agi Morato no vino de Constantinopla a tratar de la paz, como lo han querido dar a entender».6 Quedando así sin concretar, su misión a España no podía tener más que un alcance limitado. Entretanto, don Juan de Austria conseguía de Felipe II los medios requeridos por la conquista de Túnez. El desembarco de la armada española, el 8 de octubre de 1573, iba a reactivar el conflicto con el Turco. Dos meses antes, había muerto Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, máximo defensor, entre los consejeros del rey de España, de una política de paz y buena armonía con el sultán.7 El viaje del supuesto negociador perdía desde entonces cualquier razón de ser.

En semejante contexto se aclaran los datos que nos proporciona Juan Pexón sobre Agi Morato. En primer lugar, su calidad de chauz del Turco que, si bien no le confería status oficial de embajador, lo capacitaba para desempeñar misiones secretas en nombre de un sultán que le concedía plena confianza por contarlo entre sus privados. Simultáneamente, su posición destacada en Argel, así como su riqueza. Luego sus orígenes: aquel renegado había nacido en Ragusa (hoy Dubrovnick), república de la costa de Dalmacia, entre veneciana y eslava, que se había convertido en tributaria del Turco, preservando así su neutralidad y desarrollando su prosperidad mercantil.8 También su edad, propia de un hombre experimentado. Por fin, su «buen juicio» y «muy buena manera», que lo acreditaban como un interlocutor de peso, caso de entablarse un negocio que, según queda dicho, abortó.

El segundo testimonio es el de fray Diego de Haedo, el autor de la Topographia e Historia General de Argel. Al señalar a los alcaides que «gobiernan las tierras y pueblos sujetos al dominio de Argel con sus distritos», Haedo, en primer lugar, destaca a los más ricos de los que vivían en 1581; entre estos figura, encabezando la lista, «Agi Morato, renegado esclavón, suegro de Muley Maluch, Rey de Fez, el que murió en ella…».9 Como se echa de ver, este testimonio confirma parcialmente las informaciones de Juan Pexón. Conserva, eso sí, lo referente a los orígenes del personaje, así como a su riqueza. En cambio, hace caso omiso de su calidad de chauz del Turco, de su edad y de su «buen juicio». Pero el dato inédito que nos trae Haedo es el parentesco de Agi Morato con Muley Maluch. Hermano menor de Abdalá AlGhalib, rey de Marruecos, que veía en él a un rival peligroso, Muley Maluch había dejado su tierra para establecerse en Constantinopla y después en Argel. Tras contraer matrimonio con la hija de Agi Morato, en 1573, había aprovechado la muerte de su hermano para emprender otra vez el camino de Marruecos, eliminar a sus contrincantes y recobrar su reino a principios de 1576, dejando a su esposa en manos de su padre. Dos años más tarde, moría en la batalla de Alcazarquivir. Así nos explicamos el cambio de enfoque operado aquí por Haedo; así también el énfasis puesto en la fecha aludida: un año antes, en 1580, la viuda de Muley Maluch había contraído nuevas nupcias con el nuevo rey de Argel, Hazán Bajá; en otros términos, el propio amo de Cervantes, ante quien éste compareció tres veces, después de sus frustrados intentos de fuga.10

Pasemos ahora al primero de los dos retratos que Cervantes nos ha dejado: el de la comedia de Los baños de Argel. En la jornada primera, un cautivo de rescate llamado don Lope ha visto asomar a una ventana con celosía una caña con un bulto; la caña se inclina hacia él; en el bulto hay once escudos de oro. Hazén, renegado arrepentido, le informa entonces de quién vive en la casa:

Un moro de buena masa,

principal y hombre de bien

y rico en extremo grado;

y, sobre todo, le ha dado

el Cielo una hija tal,

que de belleza el caudal

todo en ella está cifrado.

Muley Maluco apetece

ser su marido.11

Lo que nos dice Hazén de Agi Morato corrobora varios rasgos que figuran en los textos anteriormente aducidos. «Hombre muy principal y rico», «de buen juizio y de muy buena manera», según Juan Pexón, se revela aquí «de buena masa, principal y hombre de bien», como conviene que lo sea el padre de la protagonista. Rico, por supuesto, lo es «en extremo grado», lo que explica la facilidad con que Zahara, su hija, proporciona a don Lope, en dos veces, el ciento de escudos de oro «de a dos caras» con que este va a preparar la fuga. En cambio, de su yerno Muley Maluch sólo se nos dice que aspira a casarse con la hermosa mora; y, si bien asistimos, en la jornada tercera, a los preparativos de la boda, pronto nos enteramos de que Muley acaba de dejar a Zahara en casa de su padre, «entera y sin tocar»,12 para ir a cobrar su reino de Marruecos. Tan repentina partida permite el feliz desenlace de la comedia: Zahara consigue embarcarse con su amante, sin despertar las sospechas de los suyos. Este happy end no se trasluce, por supuesto, en la respuesta de Hazén a don Lope; pero ya se echa de ver en ella el cambio de perspectiva operado por la comedia: mero pretendiente a la mano de Zahara, Muley Maluch no llega a asomar a las tablas: cede el paso ante la hija de Agi Morato, cuya extraordinaria belleza viene a ser, a fin de cuentas, el mayor tesoro de este moro rico y principal. En cuanto al propio Agi Morato, permanece igualmente en la penumbra; además, de renegado esclavón pasa a ser «moro» sin más señas, lo que hace más efectiva la conversión de su hija a la fe de Cristo.

No sorprende esta valoración de la protagonista del «cuento de amor», cuya presencia en el escenario contrasta con la relegación entre bastidores de su padre y de su futuro marido. Pero, al pasar de la comedia al relato de Ruy Pérez de Viedma, Agi Morato, esta vez, va a ocupar un lugar preeminente en la fábula. Primero, al asistir al encuentro en su jardín del cautivo con Zoraida, su hija, en tanto que en la comedia Zahara aparecía ante don Lope en compañía de otra mora y de dos esclavas; luego, al embarcarse, a su pesar con los amantes, mientras Zahara se iba con don Lope sin ser notada de su padre. La novela interpolada proyecta así el primer plano a la figura patética del padre de Zoraida, a quien su hija da cuenta de su conversión y que, abandonado por sus raptores, ve alejarse, desde una playa desértica, al barco que lleva a la pareja.

Así incorporado a la acción, Agi Morato no requería, como en la comedia, un retrato previo. Tan sólo conserva Cervantes los datos directamente relacionados con el papel que le otorga y que permiten asentar a la vez el rescate del cautivo, la conversión de la protagonista y su elección matrimonial. El padre de Zoraida, al decir de Ruy Pérez de Viedma, es «un moro principal y rico, llamado Agi Morato, alcalde que había sido de La Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad».13 Su condición de «moro principal y rico», requisito imprescindible, se complementa aquí con la mención de un cargo, ya señalado por Haedo, que basta para arraigarlo en la realidad argelina. Pero no se necesitan más detalles para preparar y concretar su aparición.14

Al convertirse en protagonista de pleno derecho, Agi Morato se ha independizado de su referente histórico, adaptándose, desde entonces, a los imperativos de un relato de ficción. En Los baños de Argel, la referencia al modelo vivo suponía todo un acervo de datos, indispensables para dar suficiente corporeidad a un personaje ausente de las tablas y fraguado, como tal, «bien lejos de la ficción».15 En el relato del cautivo, semejante respaldo queda ya innecesario: la veracidad de Agi Morato se resorbe, a fin de cuentas, en su verdad poética, aquella misma del discurso verdadero de Ruy Pérez de Viedma, «a quien podría ser que no llegasen los mentirosos que con curioso y pensado artificio suelen componerse».16

(*) Jean Canavaggio, «Agi Morato entre historia y ficción», en Cervantes entre vida y creación, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2000, pp. 39-44.

(1) F. Márquez Villanueva, «Leandra, Zoraida y sus fuentes francoitalianas», en Personajes y temas del Quijote, Madrid: Taurus, 1975, p. 92 y ss.

(2) Maxime Chevalier, «El cautivo entre cuento y novela», en Nueva Revista de Filología Hispánica, XXXII (1983), pp. 403-411.

(3) J. Oliver Asín, «La hija de Agi Morato en la obra de Cervantes», en Boletín de la Real Academia Española, XXVII (1947-1948), pp. 245-339.

(4) J. Canavaggio, «Le “vrai” visage d’Agi Morato», en Hommage à Louis Urrutia. Les Langues Néo-Latines, 239 (1981), pp. 23-38.

(5) «Respuestas de Juan Pexón, Mercader de Valencia, a lo preguntado por el Duque de Gandía», Simancas, E.º 487. El P. Núñez, por su parte, da cuenta de varios encuentros que tuvo con Amat Bajá y su consejero: «…también el rey de Argel me llamó muchas vezes a su aposento, algunas vezes solo, y otras estando presente Agi Morato, un turco que es chaus mayor del Turco, y me hablaron con mucha instancia que tratase de pazes entre el rey nuestro señor el gran turco, y yo les prometí poner toda diligencia en el negocio, y que procuraría también el salvoconducto…» («relación segunda que da Fco. Núñez, clérigo, de las cosas de Argel, para en caso que él huviere de yr allí», Simancas, E.º 487).

(6) Fco. Gasparo Corso a Antonio Pérez, Valencia, 20 de mayo de 1573, Simancas, E.º 487. Sobre los hermanos Corso, v. Oliver Asín, art. cit., así como «Le “vrai” visage…», pp. 25-29.

(7) V. F. Braudel, La Méditerranée et le monde méditerranéen a l’époque de Philippe II, París: Armand Colin, 1966, t. II, pp. 417-422. La toma de Túnez ocurrió el 11 de octubre de 1573; Ruy Gómez había muerto el 28 ó 29 de julio. V. G. Marañón, Antonio Pérez, en Obras completas, t. VI, Madrid: Espasa-Calpe, 1970, p. 189; Braudel, o. cit., t. II, p. 460.

(8) Braudel, o. cit., t. I, pp. 118-121, 291-292, 311-312.

(9) Diego de Haedo, Topographia e Historia General de Argel (1612), reed. en Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1927, t. I, pp. 57-58.

(10) V. Oliver Asín, art. cit., pp. 281-287.

(11) Los baños de Argel, jornada 1.ª, vv. 425-433, ed. de Jean Canavaggio, Madrid: Taurus, 1983, p. 73.

(12) Ib., jornada 3.ª, v. 766, ed. cit., p. 145.

(13) Don Quijote de la Mancha, I, 40, ed. de Luis Andrés Murillo, Madrid: Castalia, 1982, t. I, p. 488. La Pata, o La Bata, es al-Batha, fortaleza situada a dos leguas de Orán.

(14) La posterioridad del Agi Morato de la novela con respecto al Agi Morato de la comedia dejaría suponer una primera redacción de Los baños de Argel en el último decenio del siglo xvi, sin excluir, claro está, un amplio rifacimento, posterior a 1605 de las Comedias y entremeses. V. sobre el particular nuestra ed. de Los baños, pp. 35-39.

(15) Los baños de Argel, jornada 3.ª, vv. 1063-1064, ed. cit., p. 155.

(16) Don Quijote de la Mancha, I, 38, ed. cit., t. I, p. 472. Sobre los conceptos de verdad y mentira en el pensamiento estético cervantino, v. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid: Taurus, 1966, p. 261 ss.